El labrador y el águila
En lo profundo del bosque, iba caminando Martín
el labrador. Solía regresar a casa a esa hora, cansado por el trabajo que
desarrollaba en un huerto de duraznos jugosos
y aromáticos. Siguiendo el
atajo que conocía para llegar a su hogar, escuchó un batir de alas cerca del
manantial.
Se volvió para ver de qué se trataba. Era un enorme águila de
cabeza blanca, negro plumaje y pico amarillo. Alguien la había atrapado y la
mantenía sujeta de la pata derecha empleando una cadena fija a un árbol. Daba
tristeza ver sometido a un animal tan acostumbrado a las alturas. Además, en el
bosque estaba prohibido cazar…
Con gran decisión, Martín se acercó al árbol.
De su mochila sacó algunos instrumentos que usaba para su trabajo y separó la
cadena del tronco. Sin embargo, el águila no podía volar, pues el cepo pesaba
mucho. Con cuidado y detenimiento (aun con el riesgo de sufrir un picotazo) el
labrador se lo quitó y el ave se elevó en el cielo, libre al fin.
El labriego siguió su camino. Comenzó a sentirse fatigado y
pensó en hacer un alto. Pasos más adelante encontró la barda de piedra situada
al borde de la cañada. Decidió subir y sentarse en la cima para reposar mientras
disfrutaba la puesta de sol.
Una vez allí vio volar bajo al águila que había
rescatado. De repente el ave planeó, se le acercó a unos cuantos centímetros y,
con el pico, le quitó de la cabeza el sombrero de piel que portaba. Luego voló y
voló.
—¡Hey! ¡Dame mi sombrero! —gritó Martín.
Cuando vio que el águila no
regresaba, bajó de la barda y comenzó a correr tras ella. Poco más allá, donde
comienza el sendero que lleva al pueblo, el águila simplemente dejó caer el
sombrero. Martín lo recuperó entre las ramas de un árbol y pensó “Vaya con este
extraño animal. ¿Por qué habrá actuado así?”
Al día siguiente, muy temprano, cuando se dirigía al huerto,
Martín notó que la barda de piedra, humedecida por la lluvia de varias semanas,
se había venido abajo. El águila le había quitado el sombrero para hacerlo bajar
de ella y salvarle la vida. Así recompensaba la amistad de quien la había
liberado.
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